La angustia entre “Tempestades, terremotos y huracanes”
25 de Mayo, 2021
“Buenas noches, Buenos Aires, esta noche falta el aire
Se avecinan tempestades, terremotos y huracanes”
escribió @CHANOTB en “El Huracán” (Canciones del Huracán, 2007)
La angustia surge cuando “el hombre encuentra su casa en un punto situado en el Otro, más allá de la imagen que estamos hechos” (Lacan, 2019 [1962]: 58). Esta casa {heim} está construida desde el lugar más paradójico de la existencia humana, el lugar de la alteridad: punto de evanescencia donde la seguridad del sí mismo se hace fuera de sí, se diluye. Por eso lo siniestro -das unheimlichkeit en alemán- da a ver lo familiar, porque el Otro ya está en la casa, incluso desde antes que se lo sintiera (inmixión de Otredad).
Lo familiar es lo que se percibe como extraño. Aquí está la paradoja de la angustia: viene a aparecer como una “certeza horrible” (Lacan, 2019 [1962]: 88). Horror hecho afecto en el cuerpo. Horror ignorado de deseo, como en el Hombre de las Ratas: “En todos los momentos más importantes del relato se nota en él una expresión del rostro de muy rara composición, y que sólo puedo resolver como horror ante su placer, ignorado {unkbekennen} por él mismo” (Freud, 2016 [1909]: 47).
La señal del deseo es sutil y se sale con la suya, sin excepciones, toca fibras del cuerpo como cuerdas de una citarina, muestra una música en el sentido de la metáfora que alienta su aparición. Por ejemplo, podría abrirse una serie de preguntas sobre cómo articular su semiología, se podría pensar a la tempestad como falta o sensación de exceso de aire; los terremotos como vibraciones en el suelo que impactan en el cuerpo, como pérdida del equilibrio; los huracanes como vientos impetuosos que destrozan casas.
Sin fomentar simbolismos y correlatos delirantes -como se han encargado algunos posfreudianos-, si estas metáforas pueden arrojar alguna pregunta (fenoménica) de la angustia, es porque hay una autonomía que no le corresponde al individuo, al semejante. El aparato psíquico trabaja sin consultar. Y eso allí habla.
Esta noción podría habilitar que los cimientos de la “cajita feliz”, de lo familiar {heim}, están construidas a partir de su correlato, lo ominoso {un-heim}, la alteridad que nos constituye, la del Otro. La novedad que ofrece esa radical extrañeza, esa inquietante helada invernal, es que lo que estaba destinado a no aparecer, aparece. Esto suscita una relación con una ausencia, la del objeto de la angustia. Una ausencia que se hace presencia, que siempre está en “otra parte”, en “alguna parte de la casa”, esa parte caída del cuerpo que es inaprensible para el yo, eso en términos lacanianos denominamos objeto “a”: el objeto que viene a faltar, el objeto sin imagen i(a).
La aparición del “a” despersonaliza, destituye al yo de su lugar de confort, porque emerge a partir del desconocimiento (o también desprendimiento) de la imagen especular, es decir, de la garantía narcisista que da unidad.
Al yo le viene a faltar la garantía del sí mismo, por así decir, por completo: queda entregado al frío de Siberia.
Al final siempre nos las vemos con “lo inesperado, la visita, la noticia” (Lacan, 2019 [1962]: 87). Es decir, nos las vemos siempre con el a.
Vérselas con el “a”, en definitiva, es una “ayuda contra sí” si hay un psicoanalista que habilite, recorte y escriba. El Otro nos interpela y nos imputa una libertad particular.
Barcos en la tempestad con ciudad al fondo. Bonaventura Peeters (Flemish, 1614–1652). 68 x 111 cm. (26.8 x 43.7 in.)
Ref. Biblio
Lacan, J. (2019 [1962]). El seminario de
Jacques Lacan: Libro 10: La Angustia (Buenos Aires: Paidós).
Freud, S. (2016 [1909]). «El hombre de las ratas». A propósito de un caso de neurosis obsesiva (Buenos Aires: Amorrortu)
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